Tren: 475 km – 6 h 13 min
Bus: 29,7 km – 2 h 32 min
A pie: 8,9 km – 29 min
 
 

Hoy vamos al norte, a Skagen. Más concretamente a Greenen, donde se juntan las aguas del Báltico y del mar del Norte. La diferente altura entre los dos mares hace que ambas rompan entre sÍ formando una lÍnea claramente visible acentuado por el diferente color de las aguas, debido supongo a la diferente salinidad.

Sin que sirva de precedente hacia buen tiempo. Vamos en dos grupos, tres van en coche y los de siempre en tren, amortizando nuestro interrail.
La distancia es muy larga así que se tarda bastante en llegar. Primero vamos hasta Frederikshavn, una estación pequeña donde reponemos fuerzas en el super de la estación y de allí en un regional hasta Skagen.
El tren regional no tiene ventanillas, tiene ventanales. Yo lo llamaría un tren panorámico aunque no creo que fuera esa su intención.

Skagen es la ciudad más al norte de Dinamarca. la región es famosa por el viento y las dunas que provoca. Fue refugio de pintores a principio del siglo pasado, atrapados por esa luz del norte que a mi también me fascina y que se realza con el paisaje costero con largas playas. Y desde luego su luz es especial.

Llegamos por fin pero no sabemos como ir hasta Greenen. Estuvimos aquí hace 13 años pero ya no nos acordamos como conseguimos llegar hasta allí.

Por pura casualidad damos con un autobús, justo al salir de la estación que está a punto de salir hacia Greenen. El conductor nos pregunta si queremos un billete de ida y vuelta o de todo el día. No lo entendemos muy bien y le pedimos el de ida y vuelta. Error. La vuelta tiene ser creo que una hora después de la ida, pero eso no nos lo dice. la sorpresa será nuestra cuando al intentar validar nuestro billete a la vuelta nos dice que ya han caducado y tenemos que sacar otro.

En 13 años todo ha cambiado y la memoria juega con nosotros. Tenemos una foto legendaria sentados en un banco en la parada del autobús y lo buscamos desesperadamente para repetirla, pero no hay manera. Somos tres pero no conseguimos situarnos y hacemos la nueva donde suponemos que debía de estar el banco.

Ahora hay una infraestructura mucho mayor. Hay varios caminos, cada uno de un color y con un destino y duración diferente que se puede hacer a partir de la parada del bus. El de la punta, el de la fauna, etc. Tomamos el típico. hacia la punta.

Como siempre, los recuerdos van viniendo. A la que llegamos a la playa, yo ahí también me había desorientado, todo vuelve a encajar. La enorme playa salpicada con los bunquers de la segunda guerra mundial y la riada de gente que va hacia donde nosotros. Otros van en una especie de autobuses preparados para ir sobre la arena.

Tenemos suerte con Skagen. Siempre que venimos nos ha hecho sol y calor. Conforme nos acercamos a la punta hay cada vez más gente. Ahora es prácticamente imposible llegar hasta ella. hay un remolino de gente junto a ella, que diferencia con hace 13 años.

Hay una foca tomando el sol tranquilamente completamente rodeada de turistas. hay un cartel que advierte de no molestarlas, porque si se enfadan no dejan de ser animales salvajes. Al principio creo que está muerta, luego que esta enferma y luego me doy cuenta que simplemente esta tomando el sol y pasando de todo el jaleo que ha montado a su alrededor.

De vuelta, seguimos un sendero que nos lleva por entre los bunquers y, siguiendo la playa, hasta un faro. Hay un joven ciclista haciendo acrobacias entre las rocas y los bunquers. Es espectacular y peligroso. Resulta que es catalán y se ha traído la bicicleta hasta Skagen. Se está quedando con todo el mundo.

Junto al faro hay un lavabo público con bastante cola. Me espero lo peor, pero mi sorpresa es verlo increíblemente limpio a pesar de la gente que entra continuamente. Otra lección de civismo.

La subida al faro es bastante cara así que emprendemos la vuelta a Skagen.

Cojemos el bus por los pelos y nos llevamos la desagradable sorpresa del billete caducado. Por el camino hay un centro de observación de la naturaleza de la zona pero vamos justos de tiempo y tampoco queremos pagar otro billete.
Skagen lo encuentro precioso. La luz de la tarde, en un día soleado como hoy, es increíble y hace resaltar sus casas amarillas de tejados rojos sobre un increíble cielo azul.

Mientras mi compañeros va a comer y dar una vuelta por la zona turística, yo prefiero ir a ver el museo de pintura de Skagen a ver las obras de los pintores que he citado antes. La exposición está a la altura de mis expectativas. Merece la pena.

El camino hacia el centro, una calle peatonal, es una delicia y bajo un cielo y una luz maravillosa voy al encuentro del resto del grupo que finalmente se ha quedado a comer en una pizzería. Somos mediterráneos, no hay duda. Aparte de que suele ser bastante barato.

Los del tren decidimos regresar. El camino de vuelta es largo.
Al llegar a Frederikshavn nuestro tren no llega. Está anunciado pero no aparece.
– Se ha anulado – nos dicen.
Así. Por las buenas. No entendemos nada.

El siguiente tardará una hora en llegar, así que nos vamos a la iglesia que hay frente a la estación y la chica del grupo aprovecha para entrenar. Mañana compite.
La iglesia está rodeada de césped así que es buen sitio para entrenar.

Yo, buscando un lavabo (el de la estación está cerrado), recorro parte de lo que puede ser el centro y lo encuentro interesante, aunque con la luz y el cielo que hace hoy todo me parece bonito.

Nuestro tren llega al cabo de una hora. Nosotros hemos aprovechado para comprar comida en el super de la estación. Son 3 horas de viaje.

El revisor nos explica que ha habido una caída del sistema informático y se han anulado muchos trenes. Nosotros hemos tenido suerte de esperar solo una hora.
– ¡Yo no he sido! – protesto -. ¡Al menos esta vez!

El hecho de trabajar de informático me sitúa siempre como sospechoso habitual.

Entablamos conversación con el revisor que viene luego a pedirnos una foto del billete de uno del grupo que es ferroviario y lleva una especie de interrail como el nuestro, un kilométrico. Los ferroviarios españoles no suelen llegar tan arriba y le ha hecho gracia. A cambio nos obsequia con caramelos que, la verdad, no están demasiado buenos, pero lo que cuenta es la intención.

Hago una visita al lavabo del tren y, de nuevo, quedo alucinado por su tamaño y su limpieza. Supongo que el tamaño es para que pueda ser usado por discapacitados, la limpieza, aquí, viene de serie.

Llegamos ya tarde y cansados. Ruta habitual hasta casa. Pasamos por la calle llena de gente en las terrazas, bebiendo sobre todo copas de vino. Aprovechan el corto verano y un día como hoy. Luego en casa, intercambio de información y charla sobre entrenos mientras anochece y el cansancio va provocando deserciones.

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