Dia 7 de Agosto, Lunes – Hamburgo – Amsterdam

Dia 7 de Agosto, Lunes – Hamburgo – Amsterdam

En Tren: 463 km – 4 h 59 min
A Pié: 6,1 km – 1 h 20 min
En Tram: 1,5 km – 9 min

Desayunamos cerca del Llienhoff. descubrimos la cafetería a la ida. A un minuto de la estación y con una tranquilidad que no encontraríamos allí. Surtido de pasteles, zumos y algo negro a lo que llaman café para empezar bien el día.

No tenemos reserva. Pensamos que no habrá problemas. Craso error. El andén está hasta los topes y la gente empieza a ponerse nerviosa. Nos cambian de andén y cuando llega, a la carrera. Me recuerda los intercities de Londres a Edimburgo, aunque allí es más divertido. Esperan todos fuera del andén, y cuando ha llegado el tren y han bajado todos, abren la barrera. Suelen ganar los abuelos, que han llegado antes y han hecho cola mucho rato para conseguir el mejor sitio, y que corren como demonios.

Aquí no, pero el tren es larguísimo, y los que no llevamos reserva dependemos de la habilidad para subir al vagón más vacío y con menos reservas. Volviendo a los trenes ingleses, cada asiento tiene una nota arriba indicando si está reservado y hasta dónde. Aquí solo pone que puede estar reservado, así que si no encuentras uno que no lo ponga, te has de sentar y encomendarte a todos los santos.

Tres de nosotros corremos con los equipajes como podemos hasta uno de los primeros vagones, en el quinto pino, y conseguimos asientos con posible reserva. El otro compañero si que tenía reserva y queda unos cuantos vagones más atrás.

Salimos a las 9:45. Hasta Osnabrueck son 1h 49 mins y unos 230 kms, segun mis datos. Aprovechamos para relajarnos un poco y ver el paisaje del norte de Alemania, que no me maravilla. En Bremen sube una riada de gente, pero estamos de suerte. No nos mueven de sitio.

En Osnabrueck transbordo, Nos juntamos todos pero de nuevo hay 3 que volvemos a jugar a la ruleta. Ganamos de nuevo y llegaremos en nuestros sitios hasta Amsterdam, aunque aquí el tren ya va mucho más vacío y hay incluso asientos libres. Por la ventana intento adivinar cuando llegamos a Holanda. Y se nota. Los tejados de las casas son un poco diferentes. De nuevo grandes campos de maíz, pastos, placas solares por todas partes y carriles bici al lado de la vía del tren y por las carreteras. Eso sí, llano como la palma de la mano. No hay duda, esto debe ser Holanda.

Llegamos a Amsterdam a las 15 y empieza la odisea. La estación de Amsterdam es un rectángulo enorme y nosotros hemos aparecido por uno de sus extremos. Aquí separaremos nuestros caminos. Dos marcharán mañana para Barcelona, vía Paris a donde llegarán a las 23h. Uno de ellos no tiene reserva, no hubo manera que se hicieran desde Barcelona y hemos de hacerla aquí.

Las taquillas de largo recorrido están justo en el otro extremo del rectángulo, pero como no lo sabemos, nos recorremos toda la estación preguntando e intentando averiguar donde están.

Tenemos suerte, mucha suerte. Nos toca una mujer superprofesional y con más paciencia que el Santo Job. Muy diferente que en Alemania, donde, al menos según mi experiencia, cualquier titubeo es pagado con una mirada asesina y algún aspaviento del tipo de “vete aquí y cuando sepas lo que quieres vuelve”.

El que se quedará conmigo en Amsterdam, sin interrail ni similar, consigue todas las reservas de aquí hasta París sin problemas.

Pero el compañero ex-ferroviario no tuvo tanta suerte. Al igual que el interrail parece ser que el transitario, o como se llame, tiene unas plazas reservadas en cada tren que, si no se reservan hasta 5 días antes, se ponen a la venta. Nosotros las queríamos para el día siguiente. Imposible.

La reserva normal, hasta París y luego a Barcelona, con tan poco tiempo, cuestan una fortuna así que sigue una eterna discusión entre nosotros y con la taquillera a ver que hacemos. Avión, tren, ¿autoestop?. La pobre nos buscó todo tipo de alternativas pero ninguna nos servía. Solo os digo que después de nosotros se tomo un descanso. Finalmente salimos sin reserva y encomendándonos al dios de los ferroviarios y con la idea clara de “se van a colar y a ver que pasa”. Billete tiene, lo que no tiene es reserva.

Debo decir que los ferroviarios se ayudan entre si. Hay un espíritu de cuerpo parecido al de los bomberos o los policías, y nuestro compañero llegó sin problemas a Barcelona.

Frente a la estación hay una gran plaza por donde circulan un montón de tranvías, buses y un poco más allá pequeños barcos que hacen recorrido por los canales. Es decir, que cuando llegas a la estación de Amsterdam y sales fuera, es un maldito caos. No sabes que hacer ni que coger. Pero preguntando se llega a Roma, y nos enteramos que hay unos tickets de 10 viajes para los trams, que compramos. Luego fué cuestión de ir encontrando los trams que tenía que coger cada uno. Dos estaban en un hotel, un poco a las afueras, pero al parecer encantador, y otros dos estábamos en una apartamento. junto al mercado de la flores.

Decidimos ir a nuestros alojamientos a dejar las cosas y encontrarnos al cabo de dos horas en la plaza Dam.

Al llegar la calle de nuestro alojamiento la recorremos dos veces buscando nuestro hotel pero no hay manera de encontrarlo. Luego buscamos el número y nos encontramos frente a una puerta cochambrosa con una pinta como para salir corriendo. Recordamos entonces que lo que habíamos cogido era un apartamento, unos tres meses atrás, en vez de un hotel, por las vistas que ofrecía.

En la reserva había un telefóno al que llamamos y al cabo de unos 15 minutos apareció un joven que nos abrió la puerta y nos guió hasta el tercer piso, sin ascensor, y por unas escaleras holandesas, Quien haya estado en Amsterdam sabrá de qué hablo altas y estrechas,

El apartamento era precioso, menos mal, y con buenas vistas sobre los canales. Tenía una pequeña terraza en el piso superior, que nunca usamos.

Tras acomodarnos y comer un poco salimos, en tram, hacia la plaza Damm. El trayecto estaba en obras, con lo que, si ya era complicado el tráfico normal, con las obras era infernal.

Me impresionó, por no decir que me acojonó, la manera como se entrecruzan coches y sobre todo, tranvías y bicis, y eso que vivo y voy en moto por Barcelona.

La plaza Damm estaba a reventar, como las Ramblas o peor. Cuando llegó el resto nos dirigimos un poco a la aventura y fuimos recorriendo los canales. Así llegamos a la casa de Anna Frank (Nos lo dijo la gente que hacía una inmensa cola para entrar), junto a la preciosa iglesia Westerkerk que se levanta majestuosa sobre los canales. Un poco más allá nos encontramos con el museo de los tulipanes y el del queso.

Después de cenar, no muy bien, en un argentino, hicimos la inevitable visita al barrio rojo, que estaba, partiendo de la plaza Damm, en sentido contrario al que habíamos ido antes.

Eso sí que son las Ramblas. Una riada de gente, la mayoría turistas, recorría las calles buscando las red lights donde se exhiben las señoritas y demás géneros alternativos. No me gustó nada. Coincide con mi idea de lo que debía de ser un mercado de esclavos, en este caso sexuales, con la exhibición de la mercancía en los escaparates.

Había para todos los gustos y necesidades. Ninguna te presta atención, tan solo se exhiben. Si te apetece llamas y empieza la negociación. Lo encontré deprimente, pero qué se podía esperar.

Por fin salimos del barrio y tras un breve paseo nos despedimos deseando suerte a los que viajaban al día siguiente. Dos de nosotros nos quedamos un par de noches más antes de proseguir viaje pero hacía Bélgica.

Dia 6 de Agosto, Domingo – Aarhus – Hamburgo

Dia 6 de Agosto, Domingo – Aarhus – Hamburgo

En Tren: 390 km – 4 h 35 min
A pié:  12,2 km – 1 h 58 min

Domingo.

Como de costumbre, la luz del sol, y esta vez también la excitación, hace que nos despertemos temprano.
Hacemos los bocatas para el viaje. Dejamos él apartamento lo mejor posible, aunque nos han cobrado un buen dinero por la limpieza. La llave en el buzón y para la estación. Hace buen tiempo. En la estación nos tomamos él último café danés. Vamos tres viajeros por delante, falta uno que se nos unirá en Hamburgo. Él tren estaba lleno y no ha encontrado billete, así cogerá el siguiente.

Camino de Hamburgo, ya en él tren, conversamos con otra atleta, está alemana, que está sentada al lado nuestro y que también vuelve a casa.

Es lanzadora de Javalina y también ha hecho la pentathlon de lanzamientos.

Esta preocupada porque él tren lleva 15′ de retraso por un problema técnico y ella tiene 20′ para hacer un transbordo.

Él recorrido nos es ya familiar, campos de cultivo (sobre todo maiz), granjas y pastos. Puentes y canales.

Las estaciones también lo son: Odense, Fredericia, Kolding, Flensburg.

La parte alemana es parecida pero la arquitectura de las casas varía un poco, sobre todo los tejados.

Son unas cuatro horas y media pero, como de costumbre, el recorrido se nos hace corto. Es una delicia viajar en estos trenes. Uno de nosotros no lleva reserva y aunque a partir de Fredericia el tren se llena casi por completo, su plaza no la reclama nadie.

En Hamburgo, cogemos reserva para el tren de mañana pero solo para el que no viene con nosotros y no tiene interrail, el resto nos la jugaremos. Al salir al exterior nos sorprende ver la cantidad de gente tirada en torno a la estación. No la recordabamos así de la ida. Muchos vestidos de moteros. Varios llevan la misma camiseta, así que es posible que van a algún concierto.

En él hotel lilienhof, que me parece más cutre que a la ida, tenemos un problemilla con el chico de recepcion, que es o turco o pakistaní por la pinta y que aún habla peor inglés que nosotros.

Me quiere cobrar más de lo estipulado en Booking. Al final llama a un superior y vemos que una habitación que habíamos anulado aún les constaba.

Mientras llega el cuarto del grupo, dejemos las cosas en la habitación y salimos a ver la ciudad.

La mayor parte de los Hoteles y en algunos otros edificios vernos la bandera arco iris. También muchas parejas de gays y alguna de lesbianas por el camino. Al principio pensamos que es una ciudad muy abierta y liberal. Conforme va aumentando la presencia comprendemos que algo pasa pero no sabemos qué.

Tras algún problema de orientación vemos que al lado de la estación pasa una calle, la Mönkebergstrasse, que lleva directo al ayuntamiento. La tomamos, y por él camino vamos entrando en todas las iglesias que vamos encontrando. Algunas luteranas y otras católicas. En una luterana veo imágenes de Jesucristo crucificado y de santos. Cómo no me cuadra, preguntamos a uno de la puerta pero no sabe inglés.

Vemos la iglesia de San Jacobo, la de San Pedro y llegamos al ayuntamiento. Enorme y también la plaza junto a él.

Reponemos fuerzas mientras esperamos al cuarto del grupo en los kioskos frente al ayuntamiento y, una vez completo el grupo, vamos hacia una especie de mercadillo que está al lado y lo entendemos todo.

Es el CSD, El Christopher Street Day. El dia del orgullo gay en Hamburgo. El nombre es el de la calle donde se celebró por primera vez. Nos informan unos de la LGDB del país valenciano que están allí promocionando su tierra.

Seguimos nuestro recorrido buscando un hipotético monumento a Willy Brandt que, al cabo de más de una hora, comprobamos que no existe (error al interpretar el mapa) y nos encontramos con la iglesia de Sant Michael, a cuya torre se puede subir, ¡¡¡en ascensor!!!, al módico precio de 5€, y desde la que se ve una vista de Hamburgo fantástica.

La iglesia es muy sencilla, amplia y bonita. Hay varios pisos en la torre pero el ascensor, al menos hoy, solo iba hasta el último. Mis compañeros deciden verlos y suben otra vez, pero por las escaleras. Los pisos inferiores son como de ladrillo quemado y los superiores de madera. Cuando se quieren dar cuenta vuelven a estar en el último, que está a 106 metros. Se quemó dos veces y fue reconstruida. Desde la torre se disfruta de una vista fantástica de Hamburgo, en especial creo que de la Hamburgo moderna, de edificios singulares y acristalados.

También una vista del río Elba que lleva hasta el Báltico y que fue la base de la prosperidad de Hamburgo.

 

De vuelta al centro pasamos por la catedral de San Nicolás, destruida por un incendio a principio de 1906 y nunca reconstruida, y luego por la de Santa Caterina.

En la de San Nicolás, intentando ayudar a un compañero a hacer una foto con el movil, me equivoco y nos hacemos un selfie involuntario. De traca.

Cena en “La mamma“. Cerca del ayuntamiento. Bueno y barato, aunque de diseño y pinta de caro. Y vuelta al hotel, rezando para que todos los moteros que hemos visto alojarse en él hotel nos den una noche tranquila.

La ducha de nuestro cuarto gotea y, tras varios divertidos intentos a lo McGyver, a cual más ridículo, hemos de dejar la alcachofa en el suelo. La tele tampoco funciona y el lavabo está fuera de la habitación. Suerte que el hotel es por una noche. eso sí tirado de precio, 18€ la doble por noche.

Día 3 de Agosto, Jueves – Ribe

Día 3 de Agosto, Jueves – Ribe

En tren:  354 km – 4 h 55 min (azul oscuro)
A pié:  6,2 km – 1 h 19 min (azul claro)  

Ribe es la ciudad más antigua de Dinamarca, o eso dicen. Llegar en tren es una pequeña odisea. Mi app de Rail Planner, la que uso habitualmente, me da una opción de 4 h, con 2 cambios de 1h de espera. En cambio, la web de virail y la de los ferrocarriles daneses me da otra de 2h 35′. Compruebo el día anterior en la estación que ésta existe y la cogemos por 5′. A la carrera.

Llueve, y él tren recorre los habituales campos de cultivo, maiz, mucho maiz y granjas. No hay montañas. La más alta es de 170 mts.

Aún así es paisaje es relajante. Ves la lluvia e intuyes el viento y frío mientras que tu estás tan ricamente el vagón circulando.

Bajamos en Bramming, también por los pelos, nos despistamos y otra vez a la carrera.

Tenemos 5 minutos para cambiar de tren. Como Ribe no es final, preguntamos a una señora pero nos da información equivocada. En esto, tenemos un tren al lado a punto de salir. Por intuición miro un panel del andén, y en letras pequeñas, pone Ribe (Aquí pone las paradas en los paneles). Así que no nos lo pensamos y nos subimos y acertamos.

El tren a Ribe, una especie de regional. Es como el de Skagen, con ventanas enormes. Es como un tren panorámico.

La estación de Ribe es muy pequeña, solo dos vías y sigue lloviendo, así que es buena idea comenzar por él museo vikingo que está justo enfrente de la estación. Me gusta mas que el de Moesgaard a pesar de ser bastante más pequeño. Hay un pequeño vídeo de 30′ pero no lo veo entero porque me estoy durmiendo por momentos (he dormido apenas 5h por la luz que entra por las ventanas).

Nuestro intento no funciona. Salimos del museo chispeando y antes de entrar en él pueblo nos cae un aguacero tremendo. Cómo los típicos de aquí, de 3-5 minutos.

La ciudad me recuerda mucho al barrio antiguo de Odense. Calles empedradas y casa de dos pisos de colores diferentes.

Como sigue lloviendo probamos la pastelería local. La comida danesa, si existe, está muy bien escondida y en peligro de extinción.El café para llorar, pero los pasteles impresionantes, al menos los de la pastelería de Ribe.

La catedral es un poco rara, por lo que leo parece que cayó una de las torres y la reemplazaron con otra completamente diferente. A eso se le llama ser creativo.

En cuanto al interior, las pinturas del altar mayor parecen, con todo el respeto, un concurso de pintura de 4º de EGB. El pintor estaría atravesando una etapa Naif, pero es para verlo. Nos recordó a los dos que íbamos, y simultáneamente, la restauración del “Ecce homo”.

En estas iglesias, si hay acceso a la torre, parece que si no subes es poco menos que un sacrilegio. Le pregunto al de la taquilla, porque encima pagas, cuantas escaleras hay, e impertérrito me dice que 245 o eso le entendí, porque se está comiendo un bol de patatas fritas.

 

La subida es asumible, con varias paradas. Hay dos campanas. Una da las horas y otra los cuartos mientras él carillón toca una melodía por la mañana y otra más alegre por la tarde titulada “la princesa Dragmar está enferma“.

Las vistas de la torre valen la pena. Te das cuenta de lo llana que es Dinamarca. Ves los meandros del río hasta el mar, allá a lo lejos, toda la ciudad, pequeñita, y las tormentas que se te vienen encima.

A pesar del viento y la llovizna, vemos que la gente no se va y deducimos que están retirando que toquen las campanas. Así que aguantamos valientemente encima de la torre con ellos.

Por fin suena y la verdad es que nos quedamos bastante fríos. Casi no la oímos. Igual se oye mejor abajo.
En el tourist information nos dan una guía en español. “Paseos por Ribe” y decidimos hacerlo. También hay excursiones al parque Nacional cercano, costa e islas, a ver focas y pájaros.

La guía da un poco de sentido y organización a nuestro paseo. El sol sale a ratos y entonces la ciudad se trasforma. Fotográficamente es maravillosa.

Vamos siguiendo el recorrido. La mayor cantidad de puntos se concentran en la catedral. Nos damos cuenta que los puntos son estatuas de personajes importantes de la ciudad. Un grupo musical ha instalado un autocar escenario junto a la misma catedral y empiezan a martirizarnos con una música espantosa pero parece que aquí gusta porque esta llenos de familias con bebés. La cara de los más peques en sus carritos es un poema.

El recorrido lleva una hora u hora y media. Me impresiona la columna de las mareas que marca hasta donde ha llegado él agua en las mareas de tormentas. La más alta es una del año 1600. Mirando a la ciudad y viendo lo plano de la zona intuyes que el mar lo cubrió prácticamente todo.

Hay un museo que es un poblado vikingo con figurantes a unos tres kilómetros de la ciudad. Nos dicen que no hay bus para llegar. Incompresible. Habríamos alquilado bicis, pero el sol y las tormentas van y vienen y así que lo descartamos.

La vuelta sin problemas con un enorme arco iris que se ve por las ventanillas de los dos lados del tren. El sueño de un fotógrafo. El arco iris, las vías del tren y un tren atravesándolo, pero imposible de fotografiar desde el tren, y menos ahora que las ventanas son herméticas y no se pueden bajar
Reventado, vuelta al apartamento a mi dieta de embutidos para cenar y la charla de costumbre sobre las aventuras del día. Estoy realmente cansado.

Dia 2 de Agosto, Miercoles – Skagen

Dia 2 de Agosto, Miercoles – Skagen

Tren: 475 km – 6 h 13 min
Bus: 29,7 km – 2 h 32 min
A pie: 8,9 km – 29 min
 
 

Hoy vamos al norte, a Skagen. Más concretamente a Greenen, donde se juntan las aguas del Báltico y del mar del Norte. La diferente altura entre los dos mares hace que ambas rompan entre sÍ formando una lÍnea claramente visible acentuado por el diferente color de las aguas, debido supongo a la diferente salinidad.

Sin que sirva de precedente hacia buen tiempo. Vamos en dos grupos, tres van en coche y los de siempre en tren, amortizando nuestro interrail.
La distancia es muy larga así que se tarda bastante en llegar. Primero vamos hasta Frederikshavn, una estación pequeña donde reponemos fuerzas en el super de la estación y de allí en un regional hasta Skagen.
El tren regional no tiene ventanillas, tiene ventanales. Yo lo llamaría un tren panorámico aunque no creo que fuera esa su intención.

Skagen es la ciudad más al norte de Dinamarca. la región es famosa por el viento y las dunas que provoca. Fue refugio de pintores a principio del siglo pasado, atrapados por esa luz del norte que a mi también me fascina y que se realza con el paisaje costero con largas playas. Y desde luego su luz es especial.

Llegamos por fin pero no sabemos como ir hasta Greenen. Estuvimos aquí hace 13 años pero ya no nos acordamos como conseguimos llegar hasta allí.

Por pura casualidad damos con un autobús, justo al salir de la estación que está a punto de salir hacia Greenen. El conductor nos pregunta si queremos un billete de ida y vuelta o de todo el día. No lo entendemos muy bien y le pedimos el de ida y vuelta. Error. La vuelta tiene ser creo que una hora después de la ida, pero eso no nos lo dice. la sorpresa será nuestra cuando al intentar validar nuestro billete a la vuelta nos dice que ya han caducado y tenemos que sacar otro.

En 13 años todo ha cambiado y la memoria juega con nosotros. Tenemos una foto legendaria sentados en un banco en la parada del autobús y lo buscamos desesperadamente para repetirla, pero no hay manera. Somos tres pero no conseguimos situarnos y hacemos la nueva donde suponemos que debía de estar el banco.

Ahora hay una infraestructura mucho mayor. Hay varios caminos, cada uno de un color y con un destino y duración diferente que se puede hacer a partir de la parada del bus. El de la punta, el de la fauna, etc. Tomamos el típico. hacia la punta.

Como siempre, los recuerdos van viniendo. A la que llegamos a la playa, yo ahí también me había desorientado, todo vuelve a encajar. La enorme playa salpicada con los bunquers de la segunda guerra mundial y la riada de gente que va hacia donde nosotros. Otros van en una especie de autobuses preparados para ir sobre la arena.

Tenemos suerte con Skagen. Siempre que venimos nos ha hecho sol y calor. Conforme nos acercamos a la punta hay cada vez más gente. Ahora es prácticamente imposible llegar hasta ella. hay un remolino de gente junto a ella, que diferencia con hace 13 años.

Hay una foca tomando el sol tranquilamente completamente rodeada de turistas. hay un cartel que advierte de no molestarlas, porque si se enfadan no dejan de ser animales salvajes. Al principio creo que está muerta, luego que esta enferma y luego me doy cuenta que simplemente esta tomando el sol y pasando de todo el jaleo que ha montado a su alrededor.

De vuelta, seguimos un sendero que nos lleva por entre los bunquers y, siguiendo la playa, hasta un faro. Hay un joven ciclista haciendo acrobacias entre las rocas y los bunquers. Es espectacular y peligroso. Resulta que es catalán y se ha traído la bicicleta hasta Skagen. Se está quedando con todo el mundo.

Junto al faro hay un lavabo público con bastante cola. Me espero lo peor, pero mi sorpresa es verlo increíblemente limpio a pesar de la gente que entra continuamente. Otra lección de civismo.

La subida al faro es bastante cara así que emprendemos la vuelta a Skagen.

Cojemos el bus por los pelos y nos llevamos la desagradable sorpresa del billete caducado. Por el camino hay un centro de observación de la naturaleza de la zona pero vamos justos de tiempo y tampoco queremos pagar otro billete.
Skagen lo encuentro precioso. La luz de la tarde, en un día soleado como hoy, es increíble y hace resaltar sus casas amarillas de tejados rojos sobre un increíble cielo azul.

Mientras mi compañeros va a comer y dar una vuelta por la zona turística, yo prefiero ir a ver el museo de pintura de Skagen a ver las obras de los pintores que he citado antes. La exposición está a la altura de mis expectativas. Merece la pena.

El camino hacia el centro, una calle peatonal, es una delicia y bajo un cielo y una luz maravillosa voy al encuentro del resto del grupo que finalmente se ha quedado a comer en una pizzería. Somos mediterráneos, no hay duda. Aparte de que suele ser bastante barato.

Los del tren decidimos regresar. El camino de vuelta es largo.
Al llegar a Frederikshavn nuestro tren no llega. Está anunciado pero no aparece.
– Se ha anulado – nos dicen.
Así. Por las buenas. No entendemos nada.

El siguiente tardará una hora en llegar, así que nos vamos a la iglesia que hay frente a la estación y la chica del grupo aprovecha para entrenar. Mañana compite.
La iglesia está rodeada de césped así que es buen sitio para entrenar.

Yo, buscando un lavabo (el de la estación está cerrado), recorro parte de lo que puede ser el centro y lo encuentro interesante, aunque con la luz y el cielo que hace hoy todo me parece bonito.

Nuestro tren llega al cabo de una hora. Nosotros hemos aprovechado para comprar comida en el super de la estación. Son 3 horas de viaje.

El revisor nos explica que ha habido una caída del sistema informático y se han anulado muchos trenes. Nosotros hemos tenido suerte de esperar solo una hora.
– ¡Yo no he sido! – protesto -. ¡Al menos esta vez!

El hecho de trabajar de informático me sitúa siempre como sospechoso habitual.

Entablamos conversación con el revisor que viene luego a pedirnos una foto del billete de uno del grupo que es ferroviario y lleva una especie de interrail como el nuestro, un kilométrico. Los ferroviarios españoles no suelen llegar tan arriba y le ha hecho gracia. A cambio nos obsequia con caramelos que, la verdad, no están demasiado buenos, pero lo que cuenta es la intención.

Hago una visita al lavabo del tren y, de nuevo, quedo alucinado por su tamaño y su limpieza. Supongo que el tamaño es para que pueda ser usado por discapacitados, la limpieza, aquí, viene de serie.

Llegamos ya tarde y cansados. Ruta habitual hasta casa. Pasamos por la calle llena de gente en las terrazas, bebiendo sobre todo copas de vino. Aprovechan el corto verano y un día como hoy. Luego en casa, intercambio de información y charla sobre entrenos mientras anochece y el cansancio va provocando deserciones.

Dia 1 de Agosto, Martes – Copenhague

Dia 1 de Agosto, Martes – Copenhague

Tren: 612 km – 5 h 44 min (azul oscuro)
Bici: 26,3 km – 1 h 50 min (verde)
A pié: 6,9 km – 1 h 19 min (azul claro)

Hoy vamos a ver la capital. Tengo muy buenos recuerdos de Copenhague de viajes anteriores. he estado en camping, al norte de la ciudad, y el albergue, camino de Draggor.

El grupo ha aumentado con dos nuevos miembros y somos 5 los que tomamos el tren bien temprano, a las 8:14 para llegar allí a las 11:05 y volveremos en el de las 18:54 para llegar a casa sobre las 22:00. 8 horas en Copenhague.

De nuevo hacia el sur, Horsens, Vejle, entramos en Fionia, Odense y pasamos a Sajelland, la isla donde esta la capital, Copenhague (Kobenhavn).

Sorprendentemente hace buen tiempo y el viaje, como de costumbre, se nos hace corto. Nos ha tocado mesa. Mis compañeros habituales juegan a las damas. Se han viciado. Yo miro por la ventanilla intentando empaparme del paisaje. Cogimos reserva y viajamos tranquilos. No nos echaran del sitio. Y suerte, porque el tren va abarrotado. A los otros dos, les ha tocado otro vagón. Ellos no tienen interrail y el viaje les ha costado más de 100€ ida y vuelta. No está nada mal la clavada. Aquí es donde se notan los beneficios del Interrail. A nosotros la reserva nos ha costado solo 8€ por cabeza ida y vuelta.

Llegamos a Copenhague y el primer contacto con la ciudad es brutal.

La estación es un río de gente y al salir, la entrada del Tívoli no se parece nada a la que yo recordaba, de ladrillo rojo, estilo clásico. Frente a mí hay una entrada acristalada y super moderna. Me rompe los esquemas. No me lo puedo creer. Al poco descubro que mi memoria me ha jugado una mala pasada y estoy en una entrada lateral. La entrada de siempre está al girar la esquina. Menos mal

La fauna de la estación también nos sorprende. Mucho indigente y un grupo asiático completamente colocado bebiendo al lado de la entrada. Pésima imagen para la ciudad.

Buscamos algún lugar donde alquilen bicicletas. Según google maps hay uno justo en la puerta y es cierto. Encontramos un lugar donde hay aparcadas bicis de alquiler pero no hay ningún responsable. decidimos ir al Tourist Information que hay justo en la esquina, a mano izquierda según se sale de la estación. Allí encontramos publicidad de dos sitios. Uno justo a lado del Tourist al precio de 75dk. El resto se va a los 100 dk.

Al llegar nos llevamos la agradable sorpresa de que ese precio es el de las bicis de niños. El precio normal es de 100 dk y encima las bicis son bastante malas. Nos quejamos del precio y creen que nos parecen demasiado baratas así que nos dicen que un poco más abajo, supongo que también suyas, podemos encontrar otras por 120 dk.

Decidimos ir a otras que hemos encontrado por 50 dk, pero que están al otro lado de la estación, al final de una gran curva. Se llama Baisikali. Y después de un buen rodeo, la estación está en obras y las calles que llevan hacia allí cortadas, conseguimos unas bicis estupendas por 80 dk. Había de 50 dk pero preferimos unas bastante mejores. Con todo hemos perdido 1h del poco tiempo que tenemos para estar en la ciudad.

Nos dirigimos hacia la plaza del ayuntamiento, donde estas dos estatuas de músicos tocando el lur. Un instrumento típico de la Edad Media. Dice irónicamente la leyenda que los dos lur sonarán cuando una virgen atraviese la plaza. Siguen esperando.

Nada más entrar en la plaza en bici, un danés mayor nos indica amablemente que hemos de ir a pié. Nosotros, muy disciplinados, nos bajamos aun cuando vemos que hay muchos que no hacen ni caso.

Nos dirigimos hacia la entrada a la calle peatonal que está a reventar. Ya no nos atrevemos a entrar sobre la bici ni queremos llevarla de la mano. Así que giramos hacia la izquierda por el carril bici y vamos haciendo eses atravesando de tanto en cuanto la calle peatonal. En una de esta llegamos a la Gameltorv, la plaza más antigua y con una de las fuentes famosas de Copenhague. Propongo bajar de la bici para verla, pero mis compañeros prefieren ir primero a la sirenita, en el extremo más alejado del recorrido, y luego a la vuelta ver todo más tranquilamente.

Por suerte encontramos un camino que va paralelo al canal, con poco trafico y, por intuición, pasamos por delante del palacio real y llegamos poco más tarde a la sirenita que, como era de esperar, está a reventar de gente. Hay un cartel que pide/prohibe tocarla pero la gente ni caso. Saltan a la pequeña roca sobre la que está y se hacen todo tipo de fotos. Desde la típica japonesa con los dedos en V hasta la más grosera que os podáis imaginar. Las rocas están resbaladizas y más de uno acaba en el agua.

De ahí al Kastellet, “la ciudadela” en danes.Del siglo XVII, es la fortificación militar con barracones en activo más antigua de Europa. Se puede pasear por su parte superior y hay un molino en su interior. Eso sí, curiosamente no se puede pisar el césped. Si te vé alguno de los militares que va haciendo la ronda te dice como a nosotros, de manera muy seca, que salgas de allí. Y no me refiero a tumbarte por el césped, me refiero a poner un pie dentro para hacer una foto.

Al lado está la preciosa iglesia de Sant Alban, la única iglesia anglicana de Dinamarca. Al lado del lago/foso del Kastellet que proporciona unas fotografías maravillosas. Lástima que mediodía no sea la mejor hora para hacerlas.

Junto a la iglesia está la tremenda escultura de la diosa Gefion que, según la leyenda, con sus cuatro hijos transformados en bueyes, separó la isla de Sjaelland de Suecia

No muy lejos de allí llegamos al palacio real de Amalienborg, residencia real desde 1764. El conjunto lo forman cuatro palacios en torno a una plaza ortogonal con la estatua ecuestre de Federico V, su constructor, en el centro. La familia real lo suele usar como residencia de invierno. El cambio de guardia, con música, solo se realiza cuando está la reina. Los soldados llevan el bearskin, el gorro de piel de oso, originariamente propio de los regimientos de granaderos, pero que vemos en varias guardias reales europeas.

Desde la estatua de Federico V podemos ver la Frederiks Kirke o Marmorkirken, una iglesia espectacular con una cúpula que recuerda a la de San Pedro de Roma y a la que parece ser que se puede subir en pequeños grupos.

Callejeando llegamos al Nyhavn, el canal que permitía el acceso directo al mar desde la ciudad y que se convirtió en barrio de marineros con mala fama. Ahora es centro de partida de los barcos turísticos que recorren el canal, atracadero de algunos veleros y una de cuyas orillas está llena de animados restaurante y chiringuitos, siempre atestados de gente. Allí reponemos fuerzas. Hay de todo, puestos de salchichas, helados, gofres y muchos restaurantes.

 

Queda poco tiempo. Nos metemos en el infernal tráfico de bicicletas de Copenhague y decidimos ir a la iglesia Nuestro Salvador. Pasamos delante del edificio de la bolsa con su preciosa torre formada por las colas entrelazadas de cuatro dragones.

La iglesia de Nuestro Salvador tiene un espectacular chapitel en forma de escalera de caracol al que se puede subir y ver una de las mejores vistas de Copenhague, siempre que no se tenga vértigo. Las aglomeraciones en la escalera son tremendas, sobre todo en su parte superior, la de la escalera de caracol externa. Hay que tener buenas piernas y fuerzas para subirlas.

He leído posteriormente que tiene uno de las carrillones más grandes del norte de Europa. Nosotros ni lo vimos, Lástima.

Se empieza a hacer tarde. Las bicis hay que devolverlas antes de las 18:00 que es cuando cierran la tienda. Así que, con un considerable dolor de piernas, culo y rodilla en mi caso, emprendemos lo más rápidamente posible el camino de vuelta intentando orientarnos por el laberinto de carriles bicis de Copenhague. Instintivamente y consultando de tanto en tanto el google drive tiramos por detrás del Tivoli y acertamos. Después de ser casi atropellados y cuando empiezo a creer que nos hemos equivocado de camino, aparece la tienda de bicicletas. Por los pelos.

Volvemos caminando al centro. A la plaza del ayuntamiento. los lur siguen sin sonar y reparamos en la estatua de HC Andersen, en el boulevard del mismo nombre, frente al Tivoli y el museo de figuras de cera de Madame Tussauds, donde multitud de chiquillos y nosotros mismos queremos hacernos fotos.

Aquí nos separamos. Dos se esperan al siguiente tren, dentro de una hora, para ver la calle peatonal, y el resto emprendemos el regreso a casa. Empieza a llover camino de la estación. la ciudad está más tranquila a estas horas.

El cielo se vuelve gris y sigue lloviendo camino de Aarhus. Volvemos a pasar por el puente y el túnel que unen Fionia de Sjaelland. No es tran grande como el de Malmoe pero no deja de ser impresionante.

El recorrido de la estación al apartamento, 5 minutos escasos, ya empieza a ser familiar. Subida por la Bruuns Gade y giro a la derecha en la Jaegergardsgade, llena de restaurantes y terracitas donde la gente suele tomar copas de vino en estas largas tardes de verano. Nuestros dos supers que cierran a las 23h de lunes a domingo y cuyos pasillos ya nos conocemos, la tienda de “serrano skinke“, llevada por asiáticos, con los jamones colgando en su aparador. Giro a la izquierda en la Frederiks Allé, llena también de restaurantes pero más de take away, y giro a la derecha en nuestra pequeña calle la Holbergsgade.

En casa. Llamamos. Solo tenemos una llave. El timbre de apertura suena durante un rato extrañamente largo, aunque lo sueltes. Cuatro pisos llenos de botas y zapatos en cada rellano y nuestro acogedor apartamento, donde los que no han venido esperan noticias del viaje y nosotros de los entrenos o competiciones.

Día 29 de Julio, Sábado- Odense

Día 29 de Julio, Sábado- Odense

En tren : 289 km – 3 h 0 min – azul oscuro
A pié: 8,3 km – 1 h 44 min – azul claro

 
El día no comienza bien. Llueve bastante y es día de excursión. Vamos dos del grupo, el resto compite o debe entrenar o descansar.

La experiencia nos dice que en los países nórdicos ese no es motivo para quedarse en casa dado la variabilidad del clima. En el radar pone lluvia pero detrás de ella parece despejado de momento.

Vamos hacia el sur, Skandeborg, Hordens, Vejle, Fredericia y entramos en la isla de Fionia, separada de Jutlandia y Sjaelland por dos estrechos. El pequeño Belt y el gran Belt. Antes era necesario coger ferries para cruzarlos, ahora hay puentes y túneles que los atraviesan.

Se tarda una hora y media, durante la que atravesamos la llana campiña danesa hoy oscura y lluviosa. Así debe ser la mayoría de los días del año, incluso con menos luz.

Los trenes daneses son fantásticos, con sus enchufes para cargar o conectar móviles o portátiles y wifi, y muy cómodos. Los trayectos no se hacen en absoluto pesados. Se puede subir bicicletas, con y sin reserva, pero si no tienes estás a expensas que no quepas. He visto alguna discusión con los revisores al respecto. Lo mismo ocurre si llevas reserva de asiento o no. En los trayecto hacia el Alemania, a partir de Fredericia, es mejor llevar o puedes hacer el resto del trayecto de pie.

La charla hace que el trayecto nos parezca muy corto. Odense nos recibe con fuerte lluvia y viento que amenaza con doblar nuestros paraguas.

Frente la estación hay una extraña estatua (que no nos gusta), y un parque, que resulta ser el parque real, al final del cual se encuentra el castillo y a la derecha el teatro de Odense.

Pasado el parque giramos hacia la izquierda sin tener ni idea de hacia adonde vamos. Lamentable no haber echado un vistazo a Google maps para planificar un poco la visita. Estoy perdiendo facultados o quizás sea que cada vez me importa menos saber lo que hay y prefiero descubrirlo.

Nos encontramos con unas marcas de pies, a modo de pisadas, marcados en el suelo. Descubrimos que se trata de al parecer de los paseos que hacía Hans Christian Andersen por su ciudad natal. Cuando los dos pies dejan de caminar y se juntas es que estamos frente a algún lugar importante en su vida y nos invita a parar a mirarlo.

No os voy a hablar mucho de Andersen, podéis encontrar su biografía en wikipedia, he oído que medía sobre 1.85 y que la media de la población de aquella época en Dinamarca era de 1.60 (si es cierto es sorprendente), con lo cual destacaba sobre manera y seguro que le hizo sentirse como en su cuento, “el patito feo”. Venía de una familia muy humilde, mal estudiante y fue un empedernido viajero y escritor de cuentos, operas y poemas. Me identifico plenamente con una de sus frases “viajar es vivir”.

Siguiendo pues su huellas bajo la lluvia desembocamos en la plaza del ayuntamiento, frente a la catedral de San Knud (Canuto IV).

En la iglesia nos enteramos de que que el considerado como el ultimo rey vikingo, y su hermano fueron asesinados por campesinos descontentos en la cercana iglesia de san Albano hacia donde nos dirigimos, saliéndonos de las huellas.

Por suerte, mientras estábamos en la iglesia ha dejado de llover y poco a poco el sol y la temperatura van ganado terreno

Como San Albano está en obras nos desviamos y acabamos por casualidad en el parque de HC Andersen, muy bonito, con carteles de alguno de sus cuentos en los que puedes meter la cabeza y hacerte una de esas fotos que todos criticamos pero que todos nos hacemos como recuerdo.​

Por encima de San Albano y cerca de la casa de conciertos de Odense nos encontramos con un barrio precioso de casitas bajas de diferentes colores y calles empedradas, donde está su casa.

Para mi gusto es lo más bonito de Odense. En la misma manzana se encuentra un complejo turístico, con acceso a su casa y un pequeño parque con un lago y un teatrillo con forma de castillo donde un actor que lo representa nos hace un pequeño resumen de algunas de sus obras más famosas con pequeños actores para delicia de un montón de chiquillos que están tomando el sol en la hierba y nos permite descansar y hacer incluso una pequeña siesta.

 

Después comemos en uno de los chiringuitos asiáticos de la plaza donde podemos ver a un autentico imbécil, padre de familia para más desgracia, bromear groseramente con los del chiringuito, madre e hijo, saludándoles en chino y al enterarse que eran vietnamitas, preguntarles por Ho Chi Minh y cosas similares.

Para olvidar.

Para completar nuestra visita y buscando la ópera, atravesamos todo el centro de Odense y vamos hacia el sur. Allí nos topamos, no se puede decir de otra manera, con la Ansgars Kirke, iglesia protestante, con unas esculturas, cuanto menos curiosas por no decir sospechosamente sexuales en su parque anterior, que está cerrada.

Poco más adelante no encontramos con un edificio que pone opera – teatro pero es muy pequeño. Será para funciones sencillas.

El descubrimiento es el que hacemos frente a el. El precioso parque Munke Mose. Una maravilla para los niños y las familias, con atracciones muy bien pensadas para los más pequeños.

 

Un poco reventados emprendemos la vuelta hacia el tren que está bastante más lejos de lo que pensábamos. nos reencontramos con la extraña escultura y  el parque real. Según mi reloj hemos andado más de 20 kilómetros, 8 según google.

 

Ya en la estación mi compañera se pone a conversar con el del super donde hemos entrado a comprar provisiones acerca de del café danés y una modalidad que se llama “cortado” como en español. Quiere saber si es lo mismo. Luego como funciona la máquina automática y, cuando nos queremos dar cuenta está a punto de salir nuestro tren, así que carrerita y lo cogemos por piernas y en ultimo segundo, como de costumbre.

Vuelta a Aarhus, larga, pero bonita al atardecer.

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